domingo, 2 de enero de 2011

Crónica de la conquista de Granada (y III). Rendición de Granada

Salida de la familia de Boabdil de la Alhambra, 1880. Manuel Gómez Moreno
Concluimos la semblanza de esta obra con su episodio final, la capitulación del reino nazarí, y lo hacemos en el día exacto en el que ocurrieron tan importantes hechos que marcaron la historia de Granada y de España. Unimos de esta manera la etiqueta “El Viajero Romántico” con la celebración de este dos de enero con un capítulo que Irving relata con especial emoción al novelar las últimas horas de Muhammad XII, Boabdil, en sus dominios. Lo primero que nos llama la atención al comparar el texto con algunas de las fuentes de las que bebe el autor, como Luis del Mármol Carvajal, es que, aunque imbuida del espíritu romántico, la narración de los hechos es prácticamente idéntica, muestra de la voluntad de dar rigor histórico a la obra.

 Proponemos en esta ocasión efectuar un pequeño paseo por la ciudad siguiendo los hechos de hace quinientos diecinueve años. Así, si acudimos a tocar la “Campana de la Vela”, bien podremos ascender hasta la ciudad palatina por la Antequeruela siguiendo los pasos del destacamento del ejército cristiano encargado de tomar posesión de la fortaleza que, según lo acordado, “no debería pasar por las calles de Granada, yendo por un camino del lado exterior de las murallas que conducía, por la Puerta de los Molinos, a la cima del cerro de los mártires”. Pasaremos después ante la Puerta de Siete Suelos, la Bab Al-Gudur o de los Pozos, sin embargo a nosotros no nos saldrá al encuentro el infortunado Boabdil para decirnos como a aquellos: “id a tomar posesión de esta fortaleza que Alá ha otorgado a vuestros poderosos Soberanos en castigo de los pecados de los moros”. Ya en el interior de la Alcazaba granadina, subiremos hasta su torre más alta donde la voz de bronce de su campana nos traerá los ecos de los gritos de júbilo de aquellos caballeros que, tremolando los pendones con las armas reales y alzando la Cruz, dieron aviso al campamento real apostado en las cercanías de Armilla de que la plaza estaba tomada.


De regreso a la ciudad podremos acercarnos a las riberas del Genil. Allí, junto al morabito o ermita de San Sebastián, dicen las crónicas que se reunieron los soberanos hacia las tres de la tarde para entregar las llaves de Granada. Aunque en realidad solo estuvieron Muhammad XII y Fernando V, Irving cae en el error de situar en la escena también a la reina, que en verdad aguardaba en el campamento en prevención de una emboscada. Esta imagen es la que el pintor Francisco Pradilla inmortalizaría en 1882 en su celebrado cuadro “La rendición de Granada”, contribuyendo a perpetuar este error. Así dice W.I. que quiso Boabdil “desmontarse para rendir homenaje a Fernando, pero este se lo impidió,…, no queriendo Boabdil ser sobrepasado en magnanimidad, se inclinó hacia adelante y besó el brazo derecho del rey cristiano”. Entrega después la ciudad diciendo, “estas llaves son las últimas reliquias del imperio de los árabes en España. Tuyos son ¡oh rey! Nuestros trofeos, nuestro reino y nuestra persona. ¡Tal es la voluntad de Dios! ¡Recíbenos con la clemencia que nos has prometido y que esperamos de tus manos!” Muy cerca de este lugar se colocó acertadamente una escultura del infortunado rey chico que, apesadumbrado, mira eternamente hacia su Alhambra.


Se separan ambas comitivas, la cristiana en dirección a la fortaleza roja, y la nazarí camino del exilio en las Alpujarras, momento en el que se produce otro célebre episodio, la definitiva despedida de Boabdil de la capital de su reino. Al llegar a la cumbre de una loma, que marca la divisoria de las vertientes Norte y Sur de Sierra Nevada, se detuvo un momento para mirar atrás. Así describe W.I. esta última mirada: “¡Jamás pareció a sus ojos tan bella! Los brillantes rayos de sol iluminaban sus altas torres y alminares y se reflejaban gloriosamente sobre las almenadas murallas…, en tanto que abajo el esmaltado y frondoso valle de la vega, contrastaba con los brillantes y plateados meandros del Genil.” “¡Alá Akbar, Dios es grande!”, exclamó entonces Boabdil derramando amargas lágrimas, a lo que como respuesta la historia ha puesto en boca de la honesta sultana Aixa una de las sentencias más crueles, a la par que poco verosímil, que se recuerden: “¡Bien haces en llorar como mujer, lo que no supiste defender como hombre! ” Escena también inmortalizada por Pradilla titulada “El suspiro del moro”, nombre que se dio igualmente a este paraje en el que Boabdil vio por última vez Granada.

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